Sunday, September 21, 2008

Hay que hacer algo

Buena parte de la población dispone de un salario suficiente para vivir (pagar facturas, hipoteca, colegios, comida, electrodomésticos, tecnología, ropa, transporte) pero insuficiente para ejercer el legítimo derecho a ser amparado por la justicia.

Otra buena parte ni siquiera dispone de un salario suficiente para vivir (el contenido del paréntesis se para en la primera o segunda coma...), así que, por supuesto, no puede ejercer el legítimo derecho a ser amparada por la justicia.

Hipócritamente, habrá quien niegue que hace falta disponer de una situación económica desahogada para poder reclamar un derecho o luchar legalmente por lo que en justicia le corresponde a uno o para no ser machacado por quien se salta las leyes a la torera. Pero tendrá que demostrar en qué se basa su negación o, desde luego para mí, serán palabras vacías y, lo dicho, hipócritas. Y tendrá además que completar su discurso con una alusión a las diferencias de costes familiares, sociales, físicos y psicológicos que se dan entre quienes acuden a la justicia con dinero y quienes acuden desnudos.

Vivimos en un mundo podrido, donde todo gira en torno a un mismo principio básico: el olvido de las bases de la dignidad humana, unido al recuerdo persistente de que sólo hay una vida y tenemos que vivirla lo mejor posible.

El principio ha calado tan profundamente que los colectivos son ahora conjuntos de pequeños egos, aspirantes eternos a grandes egos, que se encuentran temporalmente en una misma situación. A un ego no le preocupa lo que le pasa a otro. En definitiva, ambos aspiran a gran ego, no a colectivo. El ejercicio de la justicia se dificulta y al opresor le resulta más fácil oprimir.

Y cuando, por ventura, unos cuantos egos toman conciencia de que comparten una misma situación de opresión, la justicia se muestra poco preparada para ampararlos: les obliga a exponerse frente al opresor, a significarse, a quedarse desprotegidos con la sola red de la justicia (que no siempre está en buen estado y a veces se rompe). Al pequeño colectivo concienciado le da miedo arriesgarse a dar el triple salto mortal porque sabe que se está jugando mucho y no confía completamente en el buen estado de la red. Además, los opresores han hecho bien su trabajo: han hecho leyes que les favorecen, que minimizan el impacto de los reproches a sus conductas y que maximizan los costes de oportunidad de quienes plantean pegas a sus actos de opresión. Vamos, que hasta esos pequeños egos que consiguien salirse un poco de sí mismos para hacerse uno con un colectivo llegan a plantearse la utilidad y pertinencia de movilizarse: "¿Para qué? Arriesgamos mucho, ganamos muy poco".

Así las cosas, después de ver cómo las víctimas (y verdugos) del boom inmobiliario van a seguir ahogadas hasta su jubilación mientras quienes les ahogan reciben ayudas del Estado para salvarnos a todos y después de leer los sueldos que perciben algunos miembros de la monarquía española (por poner un ejemplo), creo que es hora de despertar de un largo y triste letargo y reaccionar.

Tenemos mucho que ganar (quizá para nuestros hijos) y, en vista de cómo va la cosa, creo que pronto tendremos muy poco que perder. Hay que hacer algo.

3 comments:

Anonymous said...

Si, tenemos que hacer algo. Pero qué?
Se buscan y admiten ideas.

ananias said...

Pues no lo sé, pero intuyo que cuando la situación se complique un poco más (es decir, cuando se terminen los subsidios de desempleo y se disparen aún más los desahucios) las movilizaciones callejeras van a empezar a ser más frecuentes o eso espero. La base está en que el coste de oportunidad de una movilización o una reclamación de justicia cada vez es menor (¡ya no tengo nada que perder porque me lo habéis quitado todo!), así que esto incrementa sus posibilidades.

Si las movilizaciones se inician, habrá más cabida para las voces críticas. Y, quizá, iniciemos lo que se debe: una refundación verdadera de la sociedad.

Saludos

Anonymous said...
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