Saturday, July 28, 2007

Mt. 19, 24; Mr. 10, 25; Lc. 18, 25

Érase una vez una ambición desmedida, un anhelo descontrolado de riqueza y de poder, una sobreabundancia que llenaba el alma. Poco a poco, dejó de haber espacio para el amor, para una Palabra eficaz, para la fe y la esperanza.

Cuando sólo quedaba un pequeño resquicio, una hendidura de duda en la seguridad mundana que proporciona el dinero, un rayito de luz intentó penetrar. Y lo logró. Fue un tino sin parangón. Y el rayito de luz iluminó la estancia, hizo evidentes la penuria, la apatía, la sequedad, la vaciedad y la tristeza que se albergaban en ella y, deslucida ya su apariencia de oro, las hizo desaparecer.

La felicidad se instaló en su lugar y comenzó su corto camino hacia el Reino. Fue un milagro, pero ya estaba en presencia del Padre.